1. Entiende que poner límites no te hace mala persona
Hay gente que piensa que poner un límite es ser egoísta o
“mala onda”. Pues no, querido lector. Decir "no" cuando algo no te
gusta o no te conviene es una forma de cuidarte. Eso sí, no confundas límites
con barreras: una cosa es decir "no puedo ayudarte con esto" y otra
es encerrarte en una cueva para siempre. Poner límites es protegerte para poder
dar lo mejor de ti, sin quemarte en el proceso.
2. Identifica tus “puntos de quiebre”
Antes de que termines diciendo cosas que no querías (y
arrepintiéndote después), analiza qué situaciones te están sacando de tus
casillas. Por ejemplo: siempre hay alguien en el trabajo que te deja su parte
del trabajo para última hora, o ese amigo que cree que porque “tú siempre estás
disponible” puede aparecer sin avisar. Identifica esos momentos donde tu
paciencia se va de vacaciones, porque ahí es donde más necesitas un límite
claro.
3. Aprende a decir “no” sin culpa (o con poquita culpa,
para empezar)
¿Te han invitado a una reunión que no quieres ir y aún así
terminas asistiendo? Tranquilo, todos hemos estado ahí. Pero la próxima vez,
prueba con un: "No puedo, pero gracias por la invitación". Así
suavecito. Ya después perfeccionas el arte de decir “no” con cara de póker y
cero remordimientos. ¡Créeme que no pasa nada! Al contrario, sentirás una
liberación como si hubieras dejado caer una mochila llena de piedras.
4. Pon los límites desde el inicio
Ejemplo práctico: Si acabas de mudarte y el vecino ya está
golpeando tu puerta para pedir azúcar, ahí mismo explícale: “Claro, pero no
acostumbro prestar cosas”. Dejar claras las reglas desde el principio te ahorra
problemas después. Si lo haces más tarde, ya estarás en un dilema del tipo
“¿por qué me pasa esto a mí?” cuando tu vecino te pida la aspiradora por quinta
vez.
5. Recuerda que los límites no son negociables
Hay personas que intentarán manipularte con frases tipo:
"Pero si lo haces por mí...", "¿Qué te cuesta?". Respira
profundo, repite tu límite y no cedas. Spoiler: no todos lo aceptarán bien,
pero eso es su problema, no el tuyo. No caigas en la trampa de pensar que debes
justificar tus límites, porque no tienes que hacerlo. La respuesta es tan
simple como un “no, gracias” y ya está. ¡Sin más dramas!
6. Sé firme, pero no grosero
Poner límites no significa gritar o entrar en modo Hulk.
Puedes ser claro y respetuoso al mismo tiempo. Ejemplo: "Aprecio tu
opinión, pero prefiero tomar mis propias decisiones". ¡Zas! Claro, firme y
sin pleito. No es necesario que se arme un “show” para que entiendan que tu
tiempo y energía valen. No dejes que te hagan sentir mal por cuidar de ti
mismo.